viernes, 18 de abril de 2008

Precipicio

Las nubes estaban lejos y el día parecía apropiado para escalar el cerro más alto.
El viento soplaba de frente y los gritos de mis amigos ni siquiera se escuchaban. Respiré una y mil veces, me sentía más vivo que nunca. La grandeza de este gigante de piedra consumía mi vista.
La ladera oeste presentaba una caída vertical de unos 900 metros. El precipicio era el cielo de los suicidas.
Al empezar a escalar sentí como las nubes se sumergían en mis ojos. Habían descendido de tal forma que no me dejaban ver absolutamente nada.
Al llegar a la cima torné mi cabeza hacia un costado y presencié un espectáculo magnífico, maravilloso, diría celestial. Aire puro, libertad y el deseo de ver todo lo que me rodeaba; ahora las nubes me lo permitían.
Abajo a unos 900 metros de distancia, mis amigos recogían un cadáver, o lo que quedaba de él.

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