viernes, 18 de abril de 2008

Lucía Fer

Les dejo otro de mis cuentos.

Desde que llegué a esta pequeña ciudad rodeada de edificios que no dicen nada sospeché que algo me iba a ocurrir, no por la horrorosa impresión que me causaba el barrio, ni por los contornos desdibujados de las sombras entre la niebla, nada de eso, era la presencia del Diablo la que me daba escalofríos de placer.
Jamás lo imaginé. Estaba tieso, capaz de tragarme de un solo mordisco. Algo había en claro: mi fuerza no podría contra su poder. Opté por matarlo, pero la pelea duró sólo un minuto, el tiempo necesario para entender lo que ocurría.
Su aroma era perfecto, me condicionaba, me limitaba a pelear, su figura a pesar de tener aspecto demoníaco, podía conmigo.
Se dio vuelta. Me miró como mira el Diablo –claro-, se volvió sobre sus pasos, puso su boca en mi boca y me besó. El Diablo es la mujer más perfecta que haya visto jamás.
Sus besos de azufre transmiten amor ardiente, lenguas de fuego que traspasan cualquier límite mental.
Ahora – en mis tardes sin alma- tengo horrendas pesadillas. Sólo vivo con el temor y la esperanza de volver a encontrarme con aquel demonio-hembra de piel suave y morena, y ojos indescriptibles; aunque esta vez su vaginal mordisco me vacíe por completo y me absorba hasta lo más profundo de su satánica presencia.
Es difícil encontrarse con el Diablo, pero yo lo hice. Bendito seas rey de los infiernos, sagrados serán tus besos y tu poder.

Cuentos (re) cortos

“El cuento es un relato breve escrito en prosa, en el que se narran hechos fantásticos o novelescos, de forma sencilla y concentrada, como si hubiesen sucedido en la realidad”.

Por simple que parezca la definición de ´cuento´ aún me sigue fascinando. Son los cuentos los verdaderos “ladrillos” de la narración, segmentos cuasi-perfectos que dan sentido a las eternas horas de lectura.
Los cuentos que siguen a continuación son parte de una serie de escritos que surgieron durante mi adolescencia. Quise rescatarlos del armario de la memoria y reescribirlos en parte. La idea de que desaparecieran me carcomía la mente y no dudé en protegerlos del paso del tiempo a través de éste blog.
Antes quiero recordar que soy amante de los cuentos (bien) cortos. Hay dos de ellos que aún siguen siendo mis favoritos. Los hallé en Internet una tarde de 1997 y hasta el día de hoy siguen cautivándome.
Las palabras justas y precisas aún encajan a la perfección y cada vez que los leo descubro nuevos significados inmersos en la síntesis de palabras que los conforman.
Simples, ágiles y maravillosamente fantásticos. Los invito a leer estos dos “pequeños” relatos:



Despierto después del tremendo choque entre los restos retorcidos de mi coche. Sobre mí se inclina Frank, mi amigo de la infancia, tratando de reanimarme.
- Pero Frank –murmuro débilmente- si tú estás muerto…
Frank me responde con amable embarazo:
- Y tú también.

M.R. James.


Me arrellano en mi sillón junto a la chimenea donde crepita el fuego, con la copa de coñac en la mano derecha y la izquierda caída descuidadamente, acariciando la cabeza de mi perro… hasta que descubro que no tengo perro.

Arthur Conan Doyle.

Sevèr

Aquí, en este lejano lugar del cosmos, todo ocurre al revés. Me cuesta escribir el principio de un cuento, cuando en mi galaxia se empieza por el final.
Mi madre es un ataúd y moriré dentro de 30 años dentro de una mujer. Aquí lloran todos cuando nacemos y es regla general que los abuelos se conviertan en nietos. Es difícil de explicar. La mayoría es atea, nadie creería que descendemos de los gusanos.
Necesito un consejo de ustedes terrícolas que reciben besos en vez de quitarlos. Necesito de la dosis de confianza de los humanos, de ustedes que son tan perfectos y que jamás hacen las cosas al revés.

Presos

Robar un millón de pesos no es cosa de todos los días y menos de un Viernes (no tan) Santo. Lo importante no es saber cuánto robó, por qué lo hizo o cuál fue su motivo. Lo importante es que ella está presa.
Como comisario, la ley está por encima de todo, aunque en esta ocasión su presencia me intimidaba mucho más que la Constitución.
Su cabello enrulado y ese toque sensual en sus labios denotan que su boca pocas veces besó a alguien que no quiere. Mientras declara, a solas conmigo, tiene la mirada tierna de una niña.
Me habló en voz baja, casi susurrando. La besé con el placer de un macho alzado. Le di el mejor beso de mi vida.
Luego de quitarle las esposas no me importó que se escapara, al fin y al cabo por algo soy el comisario.
A mí me suspendieron de por vida. A ella jamás la encontraron, al dinero… menos.
Nunca había visto una ladrona tan ágil y astuta. El millón de pesos lo usamos para huir del país.

Precipicio

Las nubes estaban lejos y el día parecía apropiado para escalar el cerro más alto.
El viento soplaba de frente y los gritos de mis amigos ni siquiera se escuchaban. Respiré una y mil veces, me sentía más vivo que nunca. La grandeza de este gigante de piedra consumía mi vista.
La ladera oeste presentaba una caída vertical de unos 900 metros. El precipicio era el cielo de los suicidas.
Al empezar a escalar sentí como las nubes se sumergían en mis ojos. Habían descendido de tal forma que no me dejaban ver absolutamente nada.
Al llegar a la cima torné mi cabeza hacia un costado y presencié un espectáculo magnífico, maravilloso, diría celestial. Aire puro, libertad y el deseo de ver todo lo que me rodeaba; ahora las nubes me lo permitían.
Abajo a unos 900 metros de distancia, mis amigos recogían un cadáver, o lo que quedaba de él.

Tres gotas

Cada gota de lluvia se posaba sobre mi cabeza como signo de vitalidad exclusivo de los que tenemos la posibilidad de admirar la belleza, por más que se aleje.
Si hubiera sabido que te irías, jamás hubiese hecho lo que hice. Ahora llegué tarde a tu despedida, ni siquiera pude dar una razón valedera a mi simple y tonto error.
Perder al ´amor de tu vida´ es lo más horrible que puede suceder y más aún si es por una estupidez. Nunca pensé engañarte con tu mejor amiga. Tal vez me entenderías si supieras que todo se trató de una vulgar estrategia de ella para atraparme.
Pero claro: Ya es tarde. Estás subida a ese avión que te llevará al infinito, al país del desamor, a sabiendas que fui yo a quien más quisiste.
Ahora, me quedó aquí, en este maldito lugar, con mi esposa y con tu mejor amiga… llorando bajo la lluvia.

Besos

Me miré al espejo y noté más arrugas que las de costumbre, tenía los ojos tristes con el cansancio típico de los años. Me contenía las lágrimas para no desahogar la ingratitud.
Mis manos, llenas de labor, le daban sentido a la línea de la vida. Cada segmento reflejaba parte de mis días, de los 80 años que hoy cumplo y no quiero cumplir.
Afuera están los nietos, 15 ángeles aventurados que nunca le negaron un abrazo a este pobre y olvidado viejo. ¿Cuántas veces habré renegado de mi abuelo y ahora pago las consecuencias de saber que todos hacen lo mismo?
Estoy acá, aburrido, solo frente al espejo, a punto de salir de esta desteñida habitación y poner la mejor cara de alegría cuando reciba el regalo: 15 besos de angelitos.

Parto

¿Por qué este mundo está lleno de infames que creen que estar fuera es mejor que estar dentro? ¿Por qué en el principio de la vida todo parece maravilloso?
El momento de nacer debe ser algo único, indescriptible… o por lo menos, eso sospecho.

Perfecto

Una voluptuosa mujer detuvo la marcha de mi viejo y destruido Renault 12, a pocas cuadras de mi casa.
Me apunto con un revólver calibre 45 directo a la cabeza. La contienda no sería nada fácil. Mis miedos estaban más cerca de un baño que de las ganas de huir.
Sólo tuvo que mirarme para que yo me diera cuenta de que tenía que bajar del coche. Bajé (quién no lo hubiera hecho con un arma en la sien). Ni siquiera habló. Dejó tirado sobre el asfalto un cuchillo ensangrentado, se subió a mi auto y partió alocadamente.
Sin entender aún lo que había sucedido, tomé con cuidado el cuchillo, me dirigí hacia mi casa, una hermosa cabaña ubicada a pocas cuadras del lugar del crimen.
- Agente, admito que haber tomado el cuchillo fue sólo un acto reflejo, le dije al uniformado que me llevó prisionero, acusado por un doble asesinato que yo no había cometido, aunque justifiqué (éste fue un segundo error) que me hubiera gustado ser el autor de tamaña masacre.
Al entrar en la vivienda, como de costumbre, sólo atinaba encontrarme con los brazos de mi esposa para contarle lo que había ocurrido.
Sobre la mesa que está pegada a la pared de acceso al living seguía firme el portarretrato con la feliz foto de nuestro casamiento. Eso me dio fuerzas como para olvidar por algunos minutos el insólito asalto.
Subí las escaleras hasta la habitación y cuando abrí la puerta mi mujer yacía en el piso, ensangrentada. Muerta. A su lado, desnudo, un joven de treinta y pico de años, acuchillado. Sus restos de sangre parecían unirse en los coágulos que se formaban sobre el piso, como el fatídico amor que derivó en sus muertes.
Dos minutos más tarde llegó la Policía. Los agentes encontraron el cuchillo, empapado aún de un rojo seco, impregnado de un aroma a carne blanda recién penetrada.
Yo aún sigo detenido por la muerte de mi esposa y su amante. La verdadera asesina escapó pensando que mis teorías jamás convencerían a la Policía. Lo consiguió.